Un cuento de Hans Christian Andersen - 074
I
El ferrocarril va de Copenhague hasta Korsör. Es un tramo de la sarta de perlas que hacen la riqueza de Europa; las más preciosas son París, Londres, Viena, Nápoles. Pero hay quien no tiene a estas grandes ciudades como las perlas más hermosas, sino una pequeña ciudad casi desconocida, que es su pequeña patria natal, donde residen sus seres queridos. A menudo es un simple cortijo, una casita oculta entre verdes setos, un punto que se desvanece rápidamente al paso del tren.
¿Cuántas perlas hay en el tramo de Copenhague a Korsör? Vamos a fijarnos sólo en seis, y muchos aprobarán nuestra elección. Los viejos recuerdos, e incluso la Poesía, realzan estas perlas.
En las proximidades de la colina donde se alza el palacio de Federico VI, hogar de la infancia de Oehlenschläger, reluce, sobre el fondo del bosque de Söndermarken, una de estas perlas, llamada «Choza de Filemón y Baucis», es decir, el hogar de dos ancianos venerables. Allí vivió Rahbek, con su esposa Kamma; allí, bajo su hospitalario techo, se congregaron durante una generación entera los mayores ingenios de la laboriosa Copenhague. Fue un hogar del espíritu. Y hoy ¿qué? No digas: ¡Qué cambio! No, aún sigue siendo el hogar del espíritu, un invernáculo para plantas marchitas. La yema que carece de vigor para desarrollarse, oculta sin embargo todos los gérmenes que han de dar las flores y los frutos. Aquí brilla el sol de la inteligencia en un bien cuidado hogar del espíritu, que da vida. El mundo entorno penetra por los ojos en las profundidades inescrutables del alma: la mansión del débil mental, rodeado de caridad, es un santo lugar, una estufa para las plantas atrofiadas que un día serán trasplantadas y florecerán en el jardín de Dios. Las mentes más débiles se reúnen aquí, donde otrora se reunieron los más grandes y fuertes, intercambiaron ideas y se sintieron exaltados. La llama del alma sigue todavía ardiendo en la «Choza de Filemón y Baucis».
Ante nosotros está la ciudad de las tumbas reales, junto a la fuente de Hroar, la vetusta Roeskilde. Las esbeltas espiras de sus campanarios se alzan sobre la baja ciudad, reflejándose en el fiordo de Ise. Nos limitaremos a buscar una tumba y a contemplarla en el crisol de las perlas. No es la de la poderosa reina de la Unión, Margarita, no; la sepultura está en el interior del cementerio, ante cuyos blancos muros pasamos volando. Encima hay una sencilla losa, y allí descansa el rey de la canción, el renovador del romance danés. Las antiguas sagas se convierten en melodías en nuestras almas; percibimos adónde «ruedan las claras ondas», «En Leire vivía un rey». Roeskilde, ciudad de las tumbas reales, de tus perlas sólo contemplaremos la más humilde sepultura, en cuya piedra están grabadas la lira y el nombre de Weyse
Llegamos luego a Sigersted, cerca de la ciudad de Ringsted. Las aguas del río son someras, la mies crece en el lugar donde fondeó la embarcación de Hagbarth, a poca distancia del aposento de Signe. ¿Quién no conoce la leyenda de Hagbarth, que fue ahorcado en un roble, y de la casa de Signelil, destruida por las llamas, la leyenda del gran amor?
Sorö magnífica, rodeada de bosque, tu silenciosa ciudad claustral se entrevé a través de los árboles cubiertos de musgo. Los ojos jóvenes desde la Academia ven, por encima del mar, la ruta del universo; se oye el resoplido del dragón de la locomotora al atravesar, rauda, el bosque. ¡Sorö, perla de la Poesía, que guardas el polvo de Holberg! Cual poderoso cisne blanco en la margen del profundo lago del bosque, yace tu palacio de la Ciencia, y muy cerca de él brilla - y eso es lo que busca nuestro ojo curioso -, como el blanco narciso de la floresta, una casita, de la que llegan piadosas canciones que resuenan por todo el campo, con palabras que el propio labrador escucha y por las que conoce los tiempos pretéritos de Dinamarca. El verde bosque y el canto de los pájaros se complementan, como se complementan los nombres de Sorö e Ingemann
¡Vamos a Slagelse! ¿Qué se refleja allí, en el espejo de la perla? Desapareció el convento de Antvorskov, lo mismo que los ricos salones del palacio, incluso su ala solitaria y abandonada. Mas sigue allí un viejo signo, constantemente renovado, una cruz de madera en la cumbre de la colina, donde, en tiempos de la leyenda, San Andrés , el apóstol de Slagelse, despertó, después de ser transportado en una noche desde Jerusalén hasta allí.
Korsör: aquí nació el que nos dio:
Bromas y veras mezcladas
en melodías de Canuto Själlandsfar.
¡Oh, maestro de la palabra y de la gracia! Las ruinosas y viejas paredes de la fortaleza abandonada son el postrer testimonio visible del hogar de tu niñez. Cuando se pone el sol, sus sombras muestran el lugar donde se levantó la casa donde naciste; desde estos muros, que miraban a las alturas de la Isla de Sprogö, viste, de niño, «descender la luna tras la Isla», y la inmortalizaste con tu canto, como más tarde cantarías las montañas de Suiza, tú, que habiéndote aventurado en el laberinto del mundo, encontraste que
en ningún lugar las rosas son tan rojas,
en ningún lugar son las espinas tan pequeñas
y en ningún lugar son tan blandas las plumas
como allí donde, niño inocente, reposaste.
¡Agudísimo cantor de la jovialidad! Trenzamos para ti una corona de aspérulas, la arrojamos al mar, y las olas la llevarán al Golfo de Kiel, en cuyas orillas reposan tus cenizas. Te traerá un saludo de la joven generación, un saludo de tu ciudad natal, Korsör, término de la sarta de perlas.
Cerrando el 2014
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Si bien este 2014 ha sido en lo personal un año para olvidar, en lo
literario ha resultado bastante fructífero. En abril Kelonia Editorial
publicó mi antol...
Hace 9 años
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