viernes, 31 de agosto de 2007

Shaitan

APENAS DOS DÍAS DESPUÉS DE MI CUMPLEAÑOS, ÉL ME DEJÓ. ¿Sugerís que soy un desalmado? Quizás estéis en lo cierto, pero le añoro. Pagué un caro tributo por separarle de mi vida, y aún con los dones restantes esgrimo capacidades más allá de mis patéticas posibilidades reales. Rememoro cada noche el sonido de su voz rasposa y seca, narrándome las historias de la antigüedad, filtrando con cada palabra la sabiduría que la arena del desierto atesoró durante generaciones. Que sean otros los que le llamen demonio, que sabrán ellos. Sin duda el mejor amigo que he de conocer pues, ¿En que se sustenta la amistad? ¿En fatuos instantes placenteros comunes? ¿En una red de favores no solicitados pero esperados? ¿En falsas convenciones sociales? Todo mentiras.

Él conocía mi corazón, mis pensamientos e incluso las inasequibles simas de mi alma que yo mismo rechazaba. Con tiempo y la paulatina conciencia adquirida, compartimos nuestros seres más allá de lo que cualquier amante pudiera hacer con su pareja, como ahora bien conozco el amor no es más que un tul de egoísmo, celos y bajas pasiones.



Yo, joven emprendedor, de prometedor futuro, conseguí mi primer destino en el extranjero, paso previo y necesario para labrar una sólida carrera empresarial. El azar me deparó en suerte la dirección del departamento técnico en Riyadh. Pasadas las semanas iniciales de acondicionamiento a mis responsabilidades, y a medida que el sabor de la aventura propio de las nuevas situaciones desaparecía, el inevitable tedio que cualquier joven occidental siente en aquellas tierras cayó sobre mi como una lápida que me sepultara en vida. No, no asientan comprensivos, no tienen la menor idea del tormento agónico compuesto por una mezcla de separación de los seres queridos, interminables jornadas laborales y estúpidas restricciones religiosas; y si han estado allí maldigan conmigo.

Una excursión más al desierto. Una excusa para apaciguar ligeramente la desazón de nuestras existencias. El Rubalkabi, una interminable, placida y traidoramente mortal extensión de dunas rojas abrasadas que ocupan buena parte de la península arábiga. Conducir entre las arenas semeja la sensación de navegar en las placidas aguas de un mar calmo. Dos todoterrenos, completos con cinco ocupantes, surcaban el desierto, escalando las impresionantes dunas. Cincuenta grados señalaba el termómetro, para nosotros confortablemente refrigerados, una simple anécdota. Los vehículos encallaron a mitad del descenso de una duna, durante unos instantes mantuvieron un precario equilibrio, para rodar ladera abajo. Pasados los inciertos primeros momentos de confusión y gritos, los supervivientes nos arrastramos fuera del coche volcado panza arriba. Conformábamos un grupo variopinto : Dos egipcios , tres españoles y un ingles. Si, parece un chiste, uno macabro.

Nos aguardaba en el exterior, esbelto, enjuto, ataviado con el típico atuendo saudita compuesto por una sencilla túnica blanca y un pañuelo de cuadros rojos y blancos, que el sofocante viento agitaba violentamente. Sus labios se movían, las palabras fluían, mas nosotros no escuchábamos. Nuestras miradas quedaron prendadas de sus ojos, pozos insondables que prometían eterno tormento, descartando intentos ulteriores de negar o racionalizar el suceso. Una nube de polvo arropó su figura, desvaneciéndose en ella. Solo entonces acudió el mensaje que nos entregara: -“Es mi tierra, exijo el tributo debido en tanto subsistáis. Cada noche elegiréis y entregareis a uno en sacrificio.”-

Permanecimos mudos, estupefactos y aterrados, luego reaccionamos y, tras los fútiles primeros intentos de emplear nuestros teléfonos móviles, recogimos sin mediar palabra las exiguas existencias de agua y víveres, abandonando a las victimas a los carroñeros. Emprendimos el largo camino de regreso, restaban seis horas hasta el ocaso y , según nuestros cálculos, sesenta kilómetros hasta la civilización. Bullía nuestro cerebro en alocadas conspiraciones en las que nos seleccionaban como victima. Nadie profería el más leve sonido mas todos nos espiábamos desconfiados. Los egipcios recularon mascullando algo entre dientes, el ingles observaba desconfiado a los demás, los españoles callábamos.

Pronto olvidé las intrigas, centrándome en evitar derrumbarme. Resollaba con cada paso, maldiciéndome por mi debilidad, mientras las pantorrillas me ardían , acostumbradas a una vida fácil y fofa. El implacable Sol abrasaba mi piel, enrojeciéndola y ampollándola . El polvo secaba mis ojos y arañaba mi ya dolorido cuerpo, añadiendo un persistente suplicio. Incluso la arena ardía bajo mis pies. En medio del sofocante calor ,abandoné el raciocinio transformandome en una bestia apenas humana cuyo único objetivo era sobrevivir.

Llegó la noche y su figura apareció iluminada por las últimas luces del crepúsculo. Alguien pronuncio un nombre. Mi nombre. –Sea. – dijo él . El animal en que me había convertido reaccionó raudo, me abalancé sobre mi compañero más cercano degollándole con mi diminuta navaja multiusos. – ¡Tu puto sacrificio! – grité desafiante. – Sea. –Repitió él.Saqueé el cadáver aún caliente apoderándome de la valiosa agua. Los demás observaban horrorizados mas ninguno intervino . Yo me había convertido en depredador, ellos en ganado estúpido. Continuamos la marcha sin detenernos, azuzados por el miedo.Los egipcios aprovecharon la oscuridad para escapar, les dejé hacer pues el cazador persigue a las presas más débiles. Con la aurora retornó la torrida tortura. Desfallecidos , cayeron uno a uno, y yo aguardaba con mi pequeña muerte suiza para apoderarme de su agua.



Desperté dolorido en la cama de un hospital , con el cuerpo cubierto de terribles quemaduras. Apenas hubo preguntas. Solo uno de mis compañeros, uno de los egipcios, apareció, el resto fueron reclamados por el desierto.


Vino a mi con los vientos nocturnos que soplan desde el desierto , susurrando ofertas y peticiones con su voz rasposa en el rozar del polvo contra los cristales. ¿Cuántos días creéis que soportaríais sin dormir? Yo seis. Después claudique. Comenzó mi aprendizaje de las verdades vedadas y comprendí la llaga y las heridas que provocamos ¡Bah! No entenderéis. Me aplique con mayor ahinco a mi labor, destacando entre los demás. Tejí una elaborada malla de amistades y contactos. Atesoré favores y méritos. Me convertí al Islam para agradar a los príncipes más píos. Así, cuatro días antes de mi cumpleaños, viajé a la Meca. La mano de mi señor no alcanza aquella ciudad santa. Lo encontré oculto en la trastienda de un pequeño puesto del bazar, con un Coran en la mano. Apeló a su dios mas fue en vano, pues arranque sin piedad la vida del egipcio. Me convertí en su azote , su Efreet.



Dos días después de mi cumpleaños celebré mi fiesta de despedida, en menos de una semana partiría de nuevo al hogar. Tiré de los invisibles hilos de los favores, la amistad, el deber y las apariencias. ¡Ah las llamas! Lamieron ávidas a los invitados, pero más aún mató el desenfrenado pánico. Una satisfactoria cosecha para mi amo.


Por las noches los vientos del levante trasportan su apaciguadora voz hasta mi dormitorio. Me abandonó, pero cuando precise de su Efreet acudiré a su reclamo.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Pag. Web de PEDRO ESCUDERO

2 comentarios:

Pedro dijo...

Hola Mayra!!!

Muchas gracias por publicar mis cuentos en tu blog. La verdad es que loi que más me gusta es que se lean y la gente disfrute de ellos.

Además me has recoirdado que tendría que seguir con la serie de cuentos del desierto, puede dar mucho de si.

Un fuerte abrazo,

Pedro.

Pedro dijo...

Se me olvidaba. Todo un honor que me publiques al ladod e Andersern :)